biografia

I

Por los pasillos del instituto vi a un tipo con un Rock de Lux y un Ruta 66 bajo el brazo. Llevaba unas Martens, era y es alto, no parecía andaluz, no lo es, no sé dónde anda. Se apellida Béjar, es primo del de Destroyer y de otro cantautor llamado Nacho Béjar.  Es catalán, el del dos caballos de El Lejano Oeste. Le pregunté si quería tocar en un grupo. Tocaba la guitarra, se veía a leguas. Ventura, otro catalán emigrado al sur (hay gente para todo), no ensayaba con la frecuencia que creía yo oportuna por entonces, así que Los Sensibles y Suicidio Premeditado pasaron a la historia, a esta historia. Las demás pueden esperar. Ventura y yo habíamos ahorrado al mismo tiempo para comprarnos unos instrumentos Fender, unos Squier de los que hacían en los ochenta en Japón. Ya conté en un Rock de Lux cómo un compañero de clase, Gelo, medio patrocinó mi inmersión en las procelosas ondas del rock comprando para mí en el recreo el pastel al que yo renunciaba por el bien de la hucha y mi futura Stratocaster. Le juré que no acabaría en el armario. La vendí tras la grabación del primer disco largo, porque decidí no tener banda nunca más. Pero no lleguemos tan rápido a 1994. Back to 1987: aprendí a poner los acordes fundamentales siguiendo las instrucciones de un libro que fotocopié, un libro que Ventura pidió prestado a un tipo que se denominaba a sí mismo “El joven rockero”, al que un hermano encontró inconsciente en el suelo de su habitación. El joven rockero se había golpeado con el amplificador de guitarra, que cayó desde una estantería mientras su propietario emulaba a sus héroes de la guitarra ejecutando un solo. Por entonces decidí que jamás haría solos de guitarra. Una promesa incumplida más. Bastaría con no dar tirones a los cables. Ventura con su Precission Bass y yo con mi Stratocaster nos hicimos una sesión de fotos (diapositivas, no recuerdo por qué) en los alrededores de la vieja estación de tren de San Juan de Aznalfarache, un edificio ya restaurado que por entonces era eso que hoy mi hijo llamaría “casa de fantasmas”. Mi camiseta de Echo & The Bunnymen, adquirida en El Corte Inglés, el look siniestro de Ventura, las malvas y los jaramagos recién criados, y el buen trabajo como fotógrafo de Torres, otro compañero de clase, nos dieron las imágenes que todo grupo necesita para serlo, del mismo modo que los fantasmas necesitan trucos de la mecánica cuántica o de otra naturaleza para manifestarse. Inevitablemente las novias se colaron en algunas fotos, como primer paso para hipotéticas giras gastronómicas y vagamente pornográficas, un paso que aún no podían dar, porque está muy feo creer que una novia puede ser la última en un viaje que nunca hace más qu