Un texto para Instagram sobre el nuevo adelanto de Srta. Trueno Negro.

Anoche se arrojó a las redes el segundo adelanto del disco de Srta. Trueno negro que tuve el gusto de producir y voy a escribir unas palabras para ayudar a que se sepa. Para que circule tanto como el post anterior -espero haya sido útil para Ducks Ltd.-, vuelvo a elegir el formato de crítica de concierto/festival, hablando de la tarde/noche en que Natalia, Srta. Trueno Negro, se subió a cantar con los Jesus and Mary Chain. Es posible que estas palabras no sean tan leídas como lo fueron las del festival Canela sin ayuda de un Manuel Pinazo en vilo por el estado de precariedad de la crítica musical, que me corrigió en X el uso de la palabra colarse, acaso devolviéndome la pelota de los millones de correcciones que les hice yo en el libro sobre Sr. Chinarro cuya publicación regalé a la editorial que hicieron a su nombre, pudiéndolo haber escrito yo mismo bien desde el principio, pero bien está lo que bien acaba: el libro quedó legible y vendo alguno en los conciertos que salen, probablemente más de lo que se vende en las librerías. Recibo ofertas y ánimos para publicar mi propio libro pero prefiero dejar a los árboles en paz. Incluso los eucaliptos me fascinan, y los clásicos son infinitos, mejores, y están todos ya escritos. A la divulgación del post anterior también contribuyó sin duda que me “inmiscuyera”, también en X, en una muy improbable discusión entre un Paquirrín ausente y una ya vieja eterna promesa del pop planetéreo que no acaba de despegar, por lo que sea. Dejemos las polémicas. Aunque me entretienen no las necesito; eso sí, aviso, no las voy a rehuir.

Me llegó un mensaje de Natalia diciéndome que se iba a subir a cantar con los Jesus and Mary Chain. Una noticia que a finales de los 80 hubiese sido para mí como la de la guerra de los mundos me pareció, después de tantos festivales vividos, casi algo rutinario, pero lo pensé bien, o reviví viejas pasiones, y me dije que había que ir a ese Degusta Fest que se celebraba en Armilla, Granada, un festival cuyo nombre no me llamó la atención en un principio: hay tantos que ni siquiera Perrito Caliente Fest me parecería mejor ni peor.

Cada vez queda menos para que los muy ahorradores dueños de la mayoría de los festivales y de todo lo demás se den cuenta de que en los festivales sobran los grupos. El pueblo llano, siempre a la vanguardia pese a que parezca lo contrario, se conforma desde hace años con las disco-móvil en las fiestas de sus localidades, y no hace mucho, pero antes de la dana, disfruté de lo lindo en las fiestas patronales de Mira (Cuenca) con la actuación de una orquesta de esas de vedettes y músicos quemados mezclados con jóvenes prodigios de la guitarra. Con las orquestas si no te gusta una canción puedes esperar un milagro con la siguiente, cosa que no puede pasar con un grupo español clónico de los Nikis de estos que hay ahora a patadas, de los de postura de Mi mayor arriba y abajo en el mástil como si se estuvieran masturbando, con el bajo haciendo exactamente lo mismo, la otra guitarra bordando la floritura anodina y el baterista pensando en Los Picapiedra, el platanito y la ensaladilla rusa, esperando todos que nadie pille el fusilamiento de tal o cual trozo de la melodía principal. Podemos consolarnos con que no usan el autotune, pero igual mejorarían con él.

Me bastó un whatsapp para conseguir dos invitaciones. Pude pagarlas, pero preferí gastarme el dinero en el Domino´s Pizza, y sobró mucho. Confieso que ver en el Degusta Fest a la gente comiendo a deshora de esos food trucks con ínfulas de dúo de mejillones me dio un poco de hambre y me acordé de que mi hijo y los amigos se guardaban en el regazo trozos de pizza del bufé libre para cuando a las tantas les diera a la pandilla de nuevo el hambre. A esas edades todo sabe mejor, por lo que decidí imitarles. La pizza pepperoni sigue sin estar mal. Ignoro si alguno de los festivaleros tuvo ocasión de probar extraños sabores como de salsa cocktail con yerbabuena, sabores que quisieran imitar luego en casa como hicimos nosotros cuando escuchamos por primera vez el Psychocandy de los Jesus. Si fue así les mereció la pena, desde luego. Pero la clave en los Jesus es que es música hecha a la plancha, vuelta y vuelta, sin más complicación que la de actualizar en los 80 el sonido del rock and roll antiguo hasta colocarlo en un lugar sónico que nadie ocupaba en aquel momento, poniéndolo de nuevo de moda con la sal y la pimienta del fuzz y la reverb y una elegancia que aún conservan, que se tiene o no se tiene, que es inútil imitar.

El volumen en el Degusta Fest, como la gente estaba comiendo, no era el de mis auriculares en mi ventana del Aljarafe en 1986, no se fueran a atragantar; era más bien el del hilo musical de la calle del Infierno, pero más bajito. La Hamburguesería Uranga es más estridente, más cercana a la intención epatante de los hermanos Reid en su juventud.

Ahí que salió Natalia y cantó con ellos perfectamente, no solo la parte del coro de Just Like Honey, gran honor, también toda la parte de Hope Sandoval en Sometimes Always. No se puso nerviosa, al menos no se le notaba, y no es nada fácil con tanto público para los que estamos acostumbrados a tocar para menos gente -no seré yo quien pase de nuevo por ese trance del invitado especial-. Comprobé que la capacidad de trabajo que ella y sus compis de grupo demostraron grabando en Motril con Jaime Beltrán el disco que le he producido para Eclipse Melodies no había sido flor de un día; Natalia (y Lucho y Roberto y Jordan) están listos para subirse a los escenarios a tocar El sonido de la felicidad, que es como se llama el disco completo. Escuchad ya La Cura, porque los discos son las verdaderas obras de arte, y los conciertos no son sino una demostración de que los discos los grabaron esas personas y no otras, como si el público no estuviese ahí sino para meter el dedo en la llaga, incrédulo ante nuestras heridas. Magos obligados a enseñar nuestros trucos sonoros impúdicamente para delicia del personal, más inclinado por su naturaleza heterótrofa al comercio (y al bebercio -con perdón-, el motor de los festis).

En cuanto acabaron los Jesus me lancé, sobrio, con la unidad de desplazamiento, hasta la playa, como quizá hice, a pie, en el primer FIB, cuando uno de los hermanos, el de las dos Epiphone Casino (madre mía, cómo sonaron en Armilla, quiero una), se quiso follar a la Elena. Pero esa es otra historia (perdonen también este final rancio).